“Argentina y el Terrorismo”, circa 1980

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[Argentina y el terrorismo]

“Cautela”. En ocho capitales del mundo, ésa era la palabra que utilizaba a fines de la década de 1970 el público consultado por la agencia publicitaria Burson- Marsteller para definir sus sentimientos sobre la imagen de Argentina. Es que desde el 24 de marzo de 1976 e incluso antes, por el flujo de exiliados por la Triple A, Europa se había llenado de voces de argentinos víctimas, disidentes y combatientes del orden militar, denunciando ante el mundo sus métodos. Para que el sentimiento extranjero fuera un poco más amable, los creativos de la agencia desarrollaron una estrategia. “Mejorando la imagen internacional de la Argentina”, el informe que elaboró la empresa estadounidense, resumía las bases de una campaña de limpieza de imagen del país gobernado por los genocidas.
El presente registro es un corto documental, que fuera realizado por Burson-Marsteller, por encargo del Centro Piloto París, organismo que lideró la ofensiva a la “campaña antiargentina”, como la dictadura denominó a las denuncias por violaciones a los derechos humanos que desde temprano fueron conocidas en el exterior. Fue distribuido a través de embajadas de todo el mundo. Esta copia, se halló en la delegación argentina en Sudáfrica, embajada “reclamada” por los marinos, y que se convertiría en un refugio para la mano desocupada del arma incluso muchos años después de la recuperación democrática.
El film, que comienza con una cándida mención al preámbulo de la Constitución Nacional, tributa a la médula del ideario liberal de la generación del 80 como formador del “carácter argentino”, complementado con los beneficios del sistema agroexportador. La conflictividad social, que para el corto no comienza hasta la década de 1960, se explica desde una perspectiva global, caracterizando a la crisis política argentina como una pieza del juego entre las dos superpotencias de la época, y enfatizando el rol determinante que jugaron las Fuerzas Armadas como efectoras de la contención necesaria para que el país no caiga bajo la órbita del marxismo-leninismo. Para afianzar esta tesis, evita diferenciar a los grupos combatientes que actuaban en el país, unificándolos bajo el rótulo “los terroristas”. La pretensión globalizante llega al punto de afirmar que las organizaciones políticas armadas de nuestro país “son los mismos” que secuestraron y asesinaron al líder demócrata cristiano Aldo Moro en Italia. Es decir, ante la opinión pública extranjera se trataba de establecer que la amenaza era mundial, coordinada y desprovista de cualquier contexto nacional, y así agrupaba a las Brigadas Rojas Italianas con Montoneros o el ERP para señalar a un solo gran enemigo en una disputa mayor: el “terrorismo marxista-leninista”, auspiciado por la Unión Soviética. Sin embargo, al momento de explicar porqué el país fue lábil a la penetración del supuesto terrorismo global, no duda. Perón es culpable tres veces: por apoyar a las “formaciones especiales” durante su exilio, por disputar con ellas el poder una vez de regreso, y por morirse antes de terminar de derrotarlas. El documental propagandístico se apoya en en el relato de casos de violencia, como los asesinatos de Augusto Vandor, el general Aramburu -caracterizado como “un querido ex- presidente”- y Oberdán Salustro, y en entrevistas a personajes notorios y representativos de la vida civil. Dichas entrevistas, realizadas por agentes del Batallón de Inteligencia 601 fingiendo ser cronistas de la TV canadiense, fueron concedidas mediante el engaño y posteriormente editadas. Entre ellos se encuentran varios obispos católicos, encumbrados dirigentes de la comunidad judía y el obispo metodista Carlos Gattinoni, quien era miembro fundador de la Asamblea Permanente y el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, que ya entonces denunciaba las desapariciones -lo hace en el “crudo” de esta entrevista- y que años más tarde, integraría la CONADEP. Otros líderes religiosos darían testimonio sobre la libertad de culto y la atmósfera de respeto que sus credos gozaban desde que los militares “pusieron orden”, en comparación con el permanente estado de conmoción y guerra interna que, según sus análisis, se respiraba en años previos. Mientras contemporáneamente, desde las páginas de Nueva Presencia se denuncia la brutal persecución al campo popular y la persistencia de un notorio sentimiento antijudío, las autoridades comunitarias judías niegan la existencia absoluta de antisemitismo. Los sobrevivientes de centros clandestinos de detención testimoniarían tras la dictadura sobre el especial ensañamiento con detenidos-desaparecidos de origen judío. Los hombres de negocios y el embajador en Portugal Américo Ghioldi, presentado modestamente como “dirigente socialista” son más explícitos en su apoyo al nuevo régimen: finalmente hubo un coto al desorden y se puede volver a la vida normal. Quizás sin engaños, hubieran dicho lo mismo.

 

Clara Albisu, 2016