Borges: revolución rusa, cine soviético y fútbol, 1980

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[Auxiliares para La gente: entrevista a Jorge Luis Borges]

Haber sido un fenomenal escritor no le impidió a Borges desarrollar hasta casi pulir una forma muy particular y ágil de relacionarse con los medios masivos de comunicación. Este registro producido en los últimos meses del año 1980 es una cabal muestra al respecto.

Quizás porque el periodista Augusto Bonardo, dedicado desde hace años a llevar a la pantalla cuestiones de libros y, como se suele decir, de la cultura, tenía el hábito de frecuentar escritores, el reportaje carece de un mínimo guión, al menos ésa es la impresión que nos gana; esto más allá del puntapié inicial que, por otra parte, se encuentra por fuera de la literatura. “Borges, en estos momentos, Polonia es el gran tema universal…” A partir de la respuesta que ensaya Borges todo lo que sigue en este reportaje será incisivo, también de una velocidad sorprendente que ni siquiera se ve afectada del todo –más bien al contrario, como si el contraste la subrayara- con los problemas de habla que en un par de oportunidades lo dejan sin palabras.

Polonia por esos días estaba en la tapa de los diarios. Por la procedencia polaca del cardenal que había llegado a Papa en 1978 como Juan Pablo II, pero más aún porque durante 1980 allí se despliega una relevante lucha obrera, encabezada por el dirigente Lech Walesa y por el sindicato Solidaridad, que llevará al enfrentamiento del movimiento social con el gobierno comunista. Entonces, si empezar con Polonia podía ser una invitación al anticomunismo más directo y acorde con lo que los medios occidentales amplificaban, Borges hace una finta que por empezar descoloca al periodista. Nos explicamos: lo suyo también es una crítica nada menuda a la URSS pero es una que sale de lo previsible y produce otros efectos. Para atacar al comunismo no tomará los índices de su realidad política o económico-social, sino que partirá de su cine, de uno de los aspectos propios del plano de la cultura que, por lo demás, es de los pocos que se ha salvado de la objeción más absoluta en Occidente. Pondrá en el centro de su respuesta al cine de Eisenstein.

Pero, además, su crítica se forja alrededor de un argumento que reiterará llamando una y otra vez la atención sobre una rareza: la desgraciada y equívoca “suerte de un movimiento que es convertirse en su contrario”. Como si se tratara de una paradoja, o de una pesadilla de la Historia como él prefería citar, el comunismo en el que él mismo creyó hacia 1918, en tanto esperanza de paz y de justicia social, se ha transformado en un régimen sin diferencias con el de los zares. Ahora bien, sin que media una aclaración, la comparación de inmediato es con el cristianismo –y los equipara de manera plena- que se transforma en la Iglesia, el papado, la inquisición y cosas “espantosas”. De esta manera, la crítica que desacomoda por poner por delante la representación cultural –incluso una que es admirada, entre nosotros por Victoria Ocampo tal como lo recuerda Bonardo y Borges no-, luego es también objeción de la posición principal desde la que se dispara contra la Polonia gobernada por el Partido Comunista, de la Iglesia.

Cuenta Estela Canto, a quien Borges le dedicara el cuento “El Aleph”, que fueron juntos a ver una de las películas que aquí se cuestionan de Eisenstein, Alejandro Nevski. Para ella, estamos en 1945, esa película que narra la lucha del pueblo ruso contra los caballeros teutones, no puede ser sino entendida en relación con lo que acababa de ocurrir en ese presente: que el cerco nazi de Leningrado que estuvo a punto de ser victorioso había sido vencido. A Borges nada de eso le interesa ni mucho menos lo emociona: probablemente haya argumentado, a la salida del cine y en larga caminata, lo mismo que dice en este reportaje, que el problema de esta filmografía estéticamente muy valiosa es que no hay generosidad alguna a la hora de presentar a los enemigos que, así, ni por un instante quedan bien parados. Podríamos señalar nosotros que lo de Borges tiene algo, o mucho, de moral aristocrática, por más que diga de sí mismo, en otro de los registros con que contamos en el Archivo –la entrevista que le hace Antonio Carrizo-, que pertenece a la clase media y que incluso está orgulloso de ella. En 1945 sus palabras podían exasperar a Estela Canto -una mujer comprometida en la lucha antifascista- pero en la Argentina de 1980, donde se ven estas imágenes y se lo escucha, por fuera de toda humanidad habían quedado los revolucionarios de los años sesenta y setenta e incluso, todo aquel que manifestara su oposición al llamado Proceso de Reorganización Nacional. Por lo tanto, cuestionar ese tipo de representaciones caricaturescas podía ser una tarea interesante, porque abriría una fisura.

Si Bonardo, en uno de los pocos planos que se abren y lo capturan, se había llevado el pañuelo a la frente, cuando la conversación prosigue tendrá más sorpresas. Aunque sea sólo una elegante forma de decadentismo, diagnostica Borges respecto de la Argentina –y también Occidente- que “es indudable, vamos barranca abajo”. Después el periodista comete la imprudencia de hacer un chiste sobre los argentinos -“¿Quiénes? ¿Esos italianos, que hablan español y se creen ingleses?”-, para recibir un “no” rotundo de Borges. En esta país nadie quiere a los ingleses, señala, aunque él sí, desde ya. Y, para colmo, una vez más el futbol, con cita despectiva de Shakespeare que Bonardo no termina de considerar siquiera verosímil. Una “enciclopedia de citas” bastará para confirmarlo, agrega Borges; hoy googleamos y confirmamos la existencia de ese verso que su memoria retiene sin falla, tan sólo que no está en Hamlet sino de Rey Lear.

Borges es el desacuerdo, la invitación a no estar plenamente de acuerdo con él; también la irreverencia pero una que no es plebeya, aunque a veces le guste ese borde, sino de la inteligencia. Escribe el historiador Tulio Halperin Donghi que Borges se reveló “capaz de atravesar la peor de las crisis argentinas sin perder la compostura irónica, la modesta cortesía (…) virtudes todas que encontrarían su premio cuando la ruina del régimen bajo cuyos auspicios su figura alcanzó por fin celebridad de multitudes, lejos de arrastrarlo consigo, ofreciese el punto de partida para su final apoteosis.”

Ni bien se conoce en la Argentina la noticia de su muerte en Ginebra, el presidente Alfonsín manifiesta su pesar y reconoce el mérito indiscutible de la obra literaria de Borges. Algo muy similar hizo la CGT de Saúl Ubaldini en un comunicado inusual que, en este punto, la sitúa muy cercana al gobierno con el que no cesa de discutir por su política económica.

 

Javier Trímboli, 2015/2016