Cien días de democracia: habla Alfonsín, 1984
Con anterioridad a la ocasión que registra este video, sólo una vez el presidente Raúl Alfonsín había saludado y dirigido unas palabras desde el balcón de la Casa Rosada. Palabras que fueron pocas ante una multitud reducida, una situación de la que no quedan casi huellas. Porque antes, el 10 de diciembre de 1983, cuando asumió la presidencia de la Nación después de 7 años de dictadura, se dirigió a miles de argentinos que colmaron la Plaza de Mayo, gustosos de recuperar el trato de ciudadanos, pero lo hizo desde el balcón del Cabildo. Esta decisión de Alfonsín, que tuvo mucho de novedosa, quería tomar distancia de una imagen muy cercana y de lo que había sido poco menos que una tradición. La imagen cercana: un año y medio atrás, el 10 de abril de 1982, el general Galtieri había tenido la oportunidad, inusual para un presidente de facto, de hablar para una multitud de manifestantes en vilo por la suerte de las Malvinas y por la de miles de jóvenes argentinos movilizados hacia la zona en la que se desarrollaría la guerra. La tradición: Perón durante sus dos primeras presidencias y luego del exilio forzado de 18 años había hecho del balcón de la Casa Rosada parte fundamental de la escenografía de su interpelación a los trabajadores, por lo tanto, una imagen patentada del peronismo. En su crónica de lo ocurrido en el anochecer de la jornada que aquí recogemos, al diario La Nación le llama la atención el tiempo que demora Alfonsín en tomar la palabra. Son más de dos minutos en los que levanta las manos para aplacar los cantitos, para moderar la ovación; incluso toma el micrófono y recibe una descarga evidente (2:55). Ese día, añade en otra página, contra su costumbre no durmió la siesta y repasó su discurso.
“Cien días de gobierno por cien años de democracia” decía la convocatoria a esta manifestación que circuló en afiches, volantes y publicidades en los más importantes diarios del país. Los cien días de la democracia –modesto motivo de festejo sólo si lo imaginamos desde nuestro presente del año 2016- estrictamente se cumplían el 19 de marzo. Dejar de lado el rigor del calendario y desplazar cuatro días el acto en cuestión obedeció a la intención de hacerlo coincidir con un nuevo aniversario del golpe de 1976, con su repudio masivo. Quien con más claridad subraya esto es el periodista argentino Carlos Ares en la nota que firma en el diario El País de España, en su edición del 24 de marzo de 1984. Mostrar una sociedad movilizada, en contraste con la conocida foto que da cuenta del vacío de la plaza, de la ausencia de sostén social que apuntale a la experiencia democrática esa noche fatídica, ocurrida tan sólo 8 años atrás.
Un día antes había tenido lugar otra movilización sobre la Plaza de Mayo. La ronda que hacían las Madres desde los primeros años de la dictadura, ese jueves 22 de marzo había sido acompañada por el resto de los organismos de derechos humanos y por 6.000 manifestantes. La consigna: “Nunca más una dictadura”. Enunciado esto meses antes de la presentación del informe de la Conadep y de la publicación del libro “Nunca más”, nos recuerda por si hiciera falta que es la sensibilidad colectiva la que produce las palabras y los nombres que se sellan en la memoria de una sociedad.
El discurso de Alfonsín duró veinte minutos pero nuestro registro no lo recupera por entero y es imposible no lamentar esta perdida de nuestro patrimonio. Lo que sí llegó hasta nosotros –y constituye el principal registro relacionado de este destacado- es el momento previo a la salida de Alfonsín al balcón y a la cadena nacional que transmitirá sus palabras. Se trata de cuarenta minutos, cuando se ponen a punto las cámaras y sin ningún tipo de locución se toman imágenes de la multitud llegando a la plaza. Una cosa no compensa la otra pero no deja de producir cierta conmoción ver esas imágenes casi accidentales y que nunca salieron al aire. Miles de cabezas con boinas blancas y también rostros festivos, entusiastas. Por la Avenida de Mayo no dejan de ingresar columnas y columnas de manifestantes. Dicen los diarios que hubo contingentes que vinieron de Mendoza, de Zapala, desde Tucumán y Santa Fe. Ocurre, además, el saludo desde el balcón de algunos ministros y del vicepresidente Víctor Martínez. Y los cantitos se suceden casi sin interrupción, conformando un repertorio que por entero es signo de una época. El más repetido en un registro y en otro: “El pueblo unido jamás será vencido”.
Una movilización de estas características invitó a proseguir la discusión a propósito de la relación entre el radicalismo y el peronismo, relación que a veces ha sido de tensión y otras de aproximación y entrelazamiento. De hecho, la tensión había llegado a un punto alto pocas semanas atrás cuando la llamada ley Mucci –tal el nombre del primer ministro de Trabajo de Alfonsín; la ley era la de “reorganización sindical”- no había obtenido la sanción del Senado con mayoría del PJ. Fue en esa ocasión que salió al balcón el presidente que iniciaba su mandato. Tan cerca estaba esta situación que se escucha cantar consignas muy críticas, casi ofensivas contra el sindicalismo y contra la figura de Saúl Ubaldini, el lider de la C.G.T. (entre los minutos 24 y 26 del principal registro relacionado). Pero, así y todo, lo que esta vez se remarcó fue el parentesco. Mucho sonido de bombos, consignas contra la oligarquía y los gorilas (“Los gorilas tienen miedo/ tienen miedo de verdad/ miedo a la Coordinadora y al gobierno popular”), racimos de muchachos trepados al monumento a Belgrano. El numero de la revista Somos de esa semana se pregunta desde su tapa: “Juventud Radical, ¿JP de Alfonsín?”
Así como no son pocos los que se asustan ante esta contaminación, quien se entusiasma con ella es José Pablo Feinmann en un artículo que le dedica, en especial al discurso de Alfonsín, en la revista Humor. Ante todo, porque en sus palabras despunta el Tercer Movimiento Histórico que, cita a Juan Carlos Pugliese, será la síntesis entre el radicalismo yrigoyenista y el peronismo. Queda atrás la tensión producida por la ley de reorganización sindical y se pone como necesidad la unidad para que la Argentina encuentre un lugar más justo en el mundo, torciendo el que le asigna la división internacional del trabajo y que favorece a los países del Norte. El contexto inmediato está signado por la renegociación de la abultadísima deuda externa heredada de la dictadura militar y que condena sobre todo “a los sectores desposeídos”.
Unidad de todas las tradiciones políticas argentinas y, a la vez, unidad con América Latina, ya que el futuro de la Argentina está atado al de nuestros hermanos, todo en el tono de las palabras de Alfonsín. Flamean banderas uruguayas en la multitud y, según dicen las crónicas, se escuchan cánticos a favor de la revolución nicaraguense. De nuevo, el peronismo y también pizcas del imaginario setentistas aquí se reúnen.
Desde las páginas de la revista Primera Plana, el escritor y periodista Fogwill –quien todavía firmaba con su nombre completo, Rodolfo Enrique- tira un balde de agua fría con una nota que titula “Cien días que no conmovieron a nadie”, en contraste con los célebres Diez días que transformaron al mundo que escribe John Reed para contar la revolución rusa. Quizás no le falte razón en las imposibilidades que detecta para que el alfonsinismo cambie el curso que ha tomado la historia argentina de las últimas décadas. Pero esa es otra cuestión y no alcanza a opacar lo que se dirime en este registro.
Javier Trímboli, 2015/2016