Favio estrena “Juan Moreira” y sueña con Di Giovanni, 1973

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[Leonardo Favio y el estreno de Juan Moreira]

Esta entrevista se produce pocos días antes de la premiere de Juan Moreira, el cuarto largometraje de Leonardo Favio, el primero en colores. El país vive un clima de euforia política. El retorno definitivo de Juan Domingo Perón al país se percibe indetenible.

En la entrevista que contiene este registro, realizada por Jorge Jacobson para el programa Radiolandia en TV, el director define a su personaje: “Es el hombre que emerge así de las multitudes, a veces sin él proponérselo, sino por un accidente determinado; y que ese magnetismo, o esa necesidad que tiene el pueblo de encontrar a alguien con magnetismo, lo va haciendo héroe de la imaginería popular” (01:22).

Su estreno oficial se realizaría el 24 de mayo, un día antes de la asunción de Héctor Cámpora a la presidencia, en el cine Atlas Lavalle y en otras 40 salas. Así lo recuerda la mujer de Favio, Carola Leyton, en un testimonio para el libro “La memoria de los ojos”, en el capítulo a cargo de Hernán Guerschuny, dedicado a Juan Moreira. “El día del estreno fue una fiesta peronista. Llorabas. El cine se caía abajo” (…) “La ciudad estaba enfervorizada con la película. Se cantaba la Marcha Peronista en toda Lavalle. Era una fiesta popular”. Al estreno asisten grupos de todos los sectores del peronismo. Desde José Ber Gelbard y José Ignacio Rucci (que había estado presente en la función privada), hasta el mismo Cámpora y su señora. Y las críticas son unánimemente favorables, aunque con matices. “Hay ideas y elementos que señalan una creciente madurez como creador” – escribe Agustín Mahieu en La Opinión – “una mayor penetración para captar la relación individual y colectiva entre los personajes”. Por su parte, Carlos Morelli, desde Clarín, celebra que Favio “no intelectualizó personajes, hechos ni climas. Así la llama de su protesta arde hasta abrasar, custodiada por un todo de franqueza”. En lo formal, el crítico celebra que “con los apoyos fundamentales de la fotografía en color de Juan Carlos Desanzo (sus cielos son los más bellos y menos postales mostrados jamás por el cine nacional) y la música de Pocho Leyes y Luis María Serra (una formidable ‘liaison’ de progresiva con barroco) concibe armados de belleza y sugestión excepcionales”. Por otro lado, la crítica sin firma de La Nación es menos concesiva con el personaje, por lo que destaca que “el film no desdeña la verdadera historia de Moreira –documentada en comisarías y juzgados– sino que tiende a la simbiosis con su figura mítica”. En lo narrativo, le objeta al film que, tras una secuencia inicial de “imágenes ascéticas, de gran contenido dramático”, el desarrollo posterior quiebra la continuidad del relato, adoptando un tono de “poema épico” donde “las secuencias oníricas de la lucha de Moreira con la muerte, así como algunos diálogos altisonantes y la reiteración de efectismos en las escenas de violencia, terminan por perjudicar la unidad de la historia”. Sin embargo, la crítica anónima reconoce que esa “búsqueda estetizante, logra por momentos secuencias de innegable belleza (y) no consigue empañar la vertiente anecdótica del relato”, y concluye que “la película se impone como una realización muy digna, que sin duda merecerá el favor del público”.

En sus respuestas a Jacobson, Favio no solamente habla del inminente estreno. Tras un corte y cambio de ángulo, Jacobson parece sacar de la galera una pregunta, que se adivina como producto de un pedido especial de Favio al cronista (01:57). El realizador quiere hablar de su nuevo proyecto. Con el pié perfecto que le brinda Jacobson, Favio se explaya sobre Severino Di Giovanni, el anarquista italiano fusilado en 1931 por decisión de la dictadura de Uriburu. Una historia que, al igual que la de Moreira, está atravesada por la violencia, no ya como una actitud defensiva, de supervivencia y obligada por el medio, sino como una opción consciente, producto de una profunda convicción ideológica radicalizada. Favio había leído con fascinación el ensayo de Osvaldo Bayer “Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia” (Galerna, 1970), y estaba decidido a que ése sería su siguiente film. “Con todo el amor de Severino” será su título, “porque es un personaje pleno de ternura, pleno de amor hacia todos los seres” (…) “es tanto el amor que siente que él busca por todos los medios, incluso por la violencia, lograr el amor entre los hombres”, explica a Jacobson. Sin embargo, el film nunca se concretaría, aunque la idea volvería en forma recurrente a los agitados sueños de Favio. “Tres veces quiso filmarla”, cuenta Bayer en una entrevista concedida al blog Papeles de Sociedad.info (http://www.papelesdesociedad.info/?Severino-Di-Giovanni-el-idealista), “un loco total: me llamaba a la una de la mañana al departamento que tenía por Tribunales y me decía: ‘Venite, Osvaldo, venite’. Ponía música de fondo y se tiraba al suelo para representar la muerte de Severino, cómo iba cayendo lentamente…”. Con los años, llegó a sonar incluso el nombre de Gian Franco Pagliaro para encarnar al protagonista. Pero la mente de Favio estaba afectada por profundos cuestionamientos y cavilaciones. Como explica Víctor Bassuk, Jefe de Producción de “Sinfonía de un sentimiento” en el libro “La memoria en el atril” (compilación de Horacio González editada por Colihue en 2005): “(Favio) se enamora de sus personajes, los tiene que amar, que adorar. Una vez incluso tuvimos una charla al respecto, porque él quería hacer a Severino Di Giovanni y había sido el atentado a la AMIA y entonces me dice: Ruso, no vamos a hacer una película de un tipo que mete un caño en una estación de tren. Pero qué tiene que ver, Leonardo, le dije, ¿acaso el personaje sólo tiene que ser bueno? Y sí, para mí sí. Yo lo tengo que querer, que entender, meterme en el personaje. Yo no podría hacer la vida de Videla”. Como se ve, aún después de “Gatica” (1993) la idea de Severino volvía a sobrevolar su mente. Pero había algo más que lo detenía a la hora de concretarla. El propio Favio se lo había explicado a Cacho Fontana en un programa televisivo de fines de los ’80, como pudo verse en un notable archivo reemitido por Crónica TV tras la muerte del realizador. Por esos años, el proyecto de Severino vuelve a naufragar en el mar de dudas que es la mente de Favio, que se confiesa incapaz de saber qué necesita de verdad su pueblo, otro imperativo autoimpuesto para sus realizaciones. “Me parece que tiene importancia pero no tanta lo que uno hace para trascender, sino lo que uno hace para servir” – le explica a Fontana – “El hombre tiene una hipoteca para con la comunidad, y trata de practicarla dentro de lo que sabe y sus posibilidades. Si yo creo que lo que anhelo es bueno, lo propalo. Y si yo creo que no es útil realizar una película, por muchos capitales que se pongan a mis pies, no la puedo hacer, porque tengo miedo de hacer daño”.

En 1973, a pocos días del triunfo de Cámpora, con la vuelta de Perón tras 18 años de proscripciones y accionar clandestino del movimiento popular, Severino Di Giovanni y su violencia se resignificaban en clave de la esperanza que inundaba el momento. Pero la violencia no tardaría en mostrar su cara más trágica y amarga, y la dictadura cívico-militar ahogaría en sangre y silencio cualquier romanticismo asociado a ella. Un silencio que persistiría por largos años, invadiendo incluso las primeras dos décadas de la posdictadura.

 

Felipe Foppiano, 2016