Inauguración del Monumento a la Bandera, 1957
El 20 de junio de 1957 se inaugura en Rosario el Monumento a la Bandera. Finalmente, agregamos, porque los proyectos fueron muchos y arrancaron en 1872, siempre con la intención de que la geografía precisa en la que Belgrano hizo jurar por primera vez a la bandera fuera celebrada por un monumento que mantuviera en la memoria ese suceso.
Quizás el más importante de esos proyectos fue el del Centenario, cuando una llamada “fiebre estatuaria” se vio alimentada por el objetivo de forjar una identidad nacional, en tiempos de inmigración masiva a la que se necesitaba y también se temía, tanto por su presencia discordante como, un poco más, por el influjo que el anarquismo ejercía sobre ella. Además, en ese proyecto estuvo involucrada la escultora Lola Mora. Las sucesivas crisis económicas y políticas hicieron lo suyo para que la construcción del monumento se pospusiera una y otra vez. Si no fueron las crisis, los enfrentamientos cotidianos y personales, y los obstáculos de la gestión -unos y otros sin fácil explicación ideológica, tal vez sin ninguna- dejaron sin la marca deseada y duradera a ese lugar que se quería de alta significación.
El impulso decisivo se empezó a tomar en 1938, cuando el 20 de junio, por ley del Congreso de la Nación, pasó a ser celebrado con actos y desfiles en todo el país. También con asueto. Se dice que el impulso nació como reacción a la supuesta afrenta que la bandera nacional recibió en una movilización de trabajadores comunistas. Al año siguiente se convoca a un concurso para la realización de un monumento que mirara desde las barrancas de la ciudad de Rosario hacia el río Paraná. El elegido fue el proyecto presentado por los arquitectos Ángel Guido y Alfredo Bustillo –quien al poco tiempo toma distancia del mismo- y que contaba con los escultores José Fioravanti y Alfredo Bigatti. En 1943 comienza la obra y 14 años se interpondrán hasta su inauguración, por el trabajo que requirió semejante construcción pero también por todo lo demás.
El presidente de facto, el general Pedro Eugenio Aramburu, llega a Rosario un día antes de la inauguración y por la tarde, en avión. Poco después de las 12 del mediodía del 20 de junio de 1957 comienza el acto que este registro recoge. Se trata de una de las primeras filmaciones en color de Sucesos Argentinos y fue vista por multitudes en los cines durante la segunda mitad de ese año.
Las palabras del locutor de “Blasón de Libertad” -así se titula esta emisión especial- están a tono con el acto. Con énfasis solemne pronuncia “pueblo”, “voz multitudinaria de la ciudadanía”, también “argentinos”. A través de la figura de un granadero dice que el pasado se reencuentra con el presente. El diario Clarín destaca y hace titular en la tapa de su edición del día 21 de junio de 1957 esta expresión de Aramburu: “El Espíritu de Mayo se Convirtió en Emblema para Decir que Nada es Superior a la Libertad”. Y la libertad, con mayúscula, es protagonista del breve discurso del presidente de facto. Cuando la cámara se acerca a la multitud hace planos de familias y de niños. El cuadro general no presenta fisuras, es macizo. Nada parece quedar afuera de esta representación plena, unánime.
En un artículo publicado en la revista Mancilla, Daniel García Helder -poeta y ensayista rosarino-, con la cadencia y la inquietud del poema de Bertolt Brecht “Preguntas de un obrero ante un libro”, reflexiona sobre el monumento en cuestión. En particular le interesa una foto disonante en la que dos obreros de la construcción toman un descanso de su tarea, mirando de frente a la cámara y teniendo como fondo un relieve del Monumento. La foto se supone es de 1950 y desconocemos los nombres de esos obreros. Es una publicación reciente de la Municipalidad de Rosario la que la rescata, casi excepcional. Inimaginable encontrar en “Blasón de Libertad” un overol, un sombrero de papel de diario, un martillo. Pero vale decir que tampoco queda huella en este fílmico de la fragilidad y el peligro que rodearon a la decisión de Belgrano de enarbolar y hacer jurar una bandera ese 27 de febrero de 1812. Menos aún que ese acto fue severamente cuestionado por el Triunvirato que gobernaba desde Buenos Aires.
Otro solapamiento ocurre en relación con la última dilación que afectó a la inauguración. Porque, según se dice en esa misma publicación todo estaba preparado para que ocurriera en 1956, pero las autoridades aducen “inconvenientes insalvables” que obligan a una nueva postergación, una estrategia para desligar al Monumento del gobierno de Perón. A la vez, en la noche del 9 de junio de ese año estalla la sublevación del general Valle que pretende lograr la vuelta de Perón. Se declara el estado de sitio y ocurren los fusilamientos. Algunos de ellos -los de José León Suárez- son investigados y denunciados por Rodolfo Walsh que, apenas unos meses antes de que se realice este registro, firma la introducción de su libro Operación Masacre y deja en claro que ya no puede creer más que esa revolución fuera libertadora.
Mientras se inaugura el Monumento a la Bandera, Aramburu y Rojas ya saben que prontamente se llamará a elecciones para una Asamblea Constituyente -la Constitución de 1949 había sido derogada- y que el peronismo y el comunismo no se podrán presentar, proscriptos. Los radicales intransigentes de Frondizi se retiraran de la misma, restándole aún más legitimidad, y se impondrán en las elecciones presidenciales de febrero de 1958. Aunque las imágenes impidan adivinarlo, es un gobierno en retroceso. De todas formas, si una marca fue imposible disimular del exclusivismo de ese régimen, es la que está dada por el uso de lengua. Entre rebuscado y sublime, deja afuera a las mayorías.
¿De quién es la Patria? ¿De quién su pasado y sus monumentos? Si afirmamos que es de todos, corresponde que agreguemos que sólo puede ser así aceptando el desacuerdo. Incluso respetándolo, poniéndolo en acción y en imágenes.
Javier Trímboli, 2016