Maya Plisetskaya en Canal 7, 1978

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En 1978, Maya Plisetskaya, la máxima estrella del ballet mundial, es convocada desde Argentina para dar el puntapié inicial al Mundial 78, integrando la presentación coreográfica y gimnástica del evento. Había visitado por primera vez el país en 1974, cuando fue aplaudida por una multitud en el Luna Park y quería volver a la Argentina. Un ingrediente extra para su entusiasmo: su hermano Alexander enseñaba ballet en el Teatro Colón desde 1976. La bailarina rusa emprende el viaje pero, en una escala que hace su avión, un fuerte dolor de espalda y accesos de fiebre la postran. Luego prosigue el viaje, aunque no se recupera a tiempo, por eso al partido inaugural de la Copa del Mundo lo ve desde su cama en una habitación del Hotel Esmeralda, en el microcentro porteño. Cuando Plisetkaya vuelve a pararse, el Mundial está por terminar. De todas formas, actuará en la Argentina, ya que su hermano y los directivos del Colón hicieron posible que bailara Isadora, en una función que se vendió por completo en pocas horas.

Antes de la primera función, periodistas y cámaras de Canal 7 se acercan al ensayo y filman lo que se convertiría en el especial “Maia Plissetskaia en Canal 7”, una de las últimas transmisiones en blanco y negro de la emisora. Luego, ante los cronistas, Plisetskaya se niega a responder la insinuación sobre las inconveniencias de su temperamento para su salud. Maya vuelve a sufrir por su lesión en la espalda antes del comienzo de su actuación en el Coliseo argentino, de donde se va sin poder bailar, en camilla e inconsciente. Una de las pocas huellas del paso de la mejor bailarina del mundo por Argentina en 1978 es este registro.

Definida como “inexportable” por la alta oficialidad soviética durante los primeros años de su carrera, Maya Plisetskaya, prima ballerina assoluta del Bolshoi, era la luz de los ojos de Nikita Kruschev, máximo dirigente del Partido Comunista de la URSS entre 1953 y 1964. Era usual que bailara para agasajar a los mandatarios extranjeros y altos funcionarios de paso por Moscú. En 1959, le permitieron salir de la Unión Soviética, posiblemente por considerar que era más útil afuera. A partir de entonces, la bailarina nunca se limitó al repertorio clásico del Bolshoi, sino que aprovechó cada oportunidad que tuvo para crear nuevas coreografías, colaborar con artistas de vanguardia y sumergirse en la danza contemporánea. El francés Maurice Béjart, que había fundado el Ballet del Siglo XX en Bruselas, era el máximo referente de esa tendencia. Sus técnicas se ubicaban muy lejos del clasicismo ruso: consideraba a la danza como independiente de la música, proponía cambios impredecibles del ritmo y privilegiaba el énfasis en los movimientos del torso en lugar de la técnica clásica de brazos y piernas. La rusa absorbió como nadie sus premisas.

En 1976, Béjart coreografió la primera de sus creaciones exclusivas para la bailarina rusa, Isadora. Con la excusa de contar la vida y la muerte de Isadora Duncan, madre de la danza libre, el coreógrafo le permitió que realizara movimientos revolucionarios e innovadores a lo largo de un popurri de piezas un tanto tópicas de la música clásica. Maya Plisetskaya muestra durante la pieza absolutamente todos los estados de ánimo posibles: desde la euforia y la inocencia juvenil hasta la más tétrica solemnidad, cuando entra en escena con una versión exagerada y teatral del pañuelo en el cuello que mató a Duncan.

 

Clara Albisu, 2015