“Mirtha para todos”: una nueva década en curso, 1990

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Mirtha para todos

En la presente emisión del 4 de enero de 1990, Mirtha Legrand sale al aire con el primer programa del año de “Mirtha para todos”. Pero tal vez, pasando por alto la estricta cronología, Mirtha inauguró la década televisiva de los noventa tres meses antes de lo que dictan los calendarios cuando el 12 de octubre de 1989 debutó con este ciclo que marcó su regreso a las grandes ligas después de pasar casi diez años alejada de la TV de aire. Las razones de su ausencia o intermitente presencia en canales del interior y de cable durante los años ochenta todavía hoy es materia de discusión. Mientras que la diva de los almuerzos sigue sosteniendo haber sido víctima de una censura alfonsinista (argumento que alguna vez le reprochó en vivo al ex mandatario), otras voces encuentran los motivos en cuestiones contractuales, en la asociación del formato a los tiempos de la dictadura o en la discordancia entre el lujo del programa y una sociedad castigada por la crisis económica. Pero lo cierto es que en 1989 una de las primeras acciones de la nueva intervención de ATC (nombrada por el flamante presidente Carlos Menem) fue programar el regreso de Mirtha Legrand. De este modo se intentó subsanar todos aquellos años de “destierro televisivo” y limar asperezas tras un juicio millonario que por razones económicas la conductora le inició al canal en tiempos de Galtieri.

“Señoras, señores: después de haber recibido mucho de ustedes durante buena parte de mi vida quiero ser yo ahora quién dé lo que a mí me dieron: fuerza, cariño, amor. Esto es Mirtha, Mirtha para todos”, expresa Mirtha en ésta y en cada emisión ya que tras la sombra de la presunta censura, su vuelta está sellada por un título en el que su estelaridad es matizada por un carácter popular: ya sin el apellido históricamente presente en los almuerzos, ahora Mirtha es Mirtha a secas y para un “todos” que si no es el pueblo, es por lo menos el gran público.

Bajo la órbita de Daniel Tinayre y la producción general de Armando Barbeito, todos los jueves a la noche “Mirtha para todos” ofrecía un gran show que dejaba atrás la mesura de la estética televisiva alfonsinista para marcar un antecedente de lo que en los próximos meses será la prodigalidad de los noventa. Al ritmo del tronar de copas de plata con champagne y una pegadiza cortina musical con reminiscencias a un coro celestial, esta gala nocturna contaba con entrevistas a figuras del espectáculo y la política, shows musicales, desfiles de moda, concursos y un segmento solidario en el que se entregaba un millón de australes a distintas instituciones del país.

Pero lejos de ser todo color de rosas, el mentado regreso hizo estallar en el interior del canal estatal un enfrentamiento entre el interventor Mario Gavilán y el sub-interventor Jacinto Gaibur. La edición del 19 de octubre de 1989 de la revista Gente titulaba “La polémica vuelta de Mirtha Legrand a la Tevé” y puso en primer plano las opiniones contrapuestas de ambas autoridades. Mientras que Mario Gavilán (también conocido como “el padre de los noticieros”) se sentía conforme con un ciclo que cumplía con un objetivo solidario, Jacinto Gaibur (autodenominado “operador político”) consideró esquizofrénico calificar de solidario a un programa cuya fastuosidad no coincidía con la supuesta política de austeridad llevada adelante por el presidente Menem. Finalmente, la exuberancia del estilo característico de los programas de Mirtha Legrand ganó la pulseada y las críticas de Gaibur fueron perdiendo resonancia hasta que al poco tiempo, sin romper vínculos con Menem, el funcionario renunció al cargo por su disconformidad con el decreto de los indultos.

Como era habitual en el ciclo, el primer envío de la temporada 1990 comienza con la apertura de dos puertas corredizas que, simulando un cielo estrellado, descubren una escalera de estilo clásico en donde Mirtha espera el inicio del programa. Sin solución de continuidad, el plano posterior amplía el espectro de la visión y condensa en el mismo tiempo y espacio el “atrás” de una colmada platea del estudio 1 de ATC, el artificio televisivo de los equipos técnicos y a la diva que, como una estrella más que se desprende del decorado, desciende por aquella escalera escenográfica. Al igual que el título, esta imagen contrapone los mundos contradictorios de lo celestial y lo terrenal. Y ahí Mirtha aparece como una figura liminal que sintetiza a la Rosa María Juana Martínez -tal el nombre con el que nació-, a “la chica de Villa Cañás” y a la gran Mirtha Legrand “que nunca se olvidó de su gente”. A lo largo del programa, Mirtha va a jugar con esta tensión ya que si por un lado asegura conservar la tradición del ritual de los zapatitos de Reyes, entrevista a figuras populares y anuncia su regreso al teatro marplatense; por otro lado viste trajes de alta costura, comenta con el anecdotario de sus viajes a París un desfile de tapados de piel de Francoise Saber y agasaja a sus invitados con champagne servido en vajilla de plata. En medio de todo esto, enclaustrada en una cabina de locución, Marisa Andino acerca los comentarios del público y la diva se sonroja al tener que aclarar que el color de sus ojos es natural, sin importar que minutos después entrevistará a Haydée Padilla para preguntarle sobre su nueva cirugía facial.

Pero el plato fuerte de este programa es la presencia de Zulma Faiad, Juan José Camero y Suna Rocha, quienes respectivamente son presentados como una “mujer con muchos atributos”, un “galanazo que a veces se oculta demasiado” y una “señora que hace folclore y es muy mona”, porque como dice Mirtha: “lo lindo hay que mostrarlo y lo feo hay que taparlo”. Cuando Camero encuentra oportunidad para explicar el por qué de su alejamiento de los medios de comunicación, es interrumpido por un brindis (otra vez el champagne servido en plata) al cual es forzado a participar. Al retomar la idea, el actor pone en duda ciertas estructuras que de alguna manera cimentan la lógica del programa ya que plantea que las acciones solidarias individuales son desprendimientos personales que poco pueden hacer en un “país que oscila entre la esperanza y el ocaso”, y considera que la profesión del artista tiene que ser reconceptualizada para que se convierta en referencia de conducta y no en “pasquín constante de situaciones personales”. Sin esquivar el comentario, Mirtha sostiene que el “hecho milagroso” de la caída del muro de Berlín le hizo darse cuenta de que en comparación no se vive tan mal en la Argentina, y opina que en definitiva el trabajo del artista es brindar ilusión, esperanza y fe. En el siguiente bloque, Camero se afloja la corbata y redobla la apuesta: a horas de trabajar por primera vez en un teatro de Buenos Aires ironiza con su “debut en el país”, promociona un espectáculo con profesionales “talentosos y desconocidos” y habla sobre el sentimiento del dolor. Ya extenuada por las reflexiones del invitado y sin lograr encauzarlo en la dinámica del programa, Mirtha lo despide con un: “qué tierno que es Camerito”.

En 1989, la vuelta de Mirtha Legrand a la televisión fue un hecho que se concretó por la pantalla de ATC. En los años siguientes, la continuidad de sus tradicionales almuerzos en otros canales significaron la vigencia de un estilo popular y fastuoso que no encontró mayores conflictos en los años noventa, una década que -una vez más desatendiendo los calendarios- cerró en el año 2001 en lo que fue su nuevo regreso al canal estatal con “Almorzando con Mirtha Legrand”.

 

Elina Adduci Spina, 2016