«Rosa… de lejos»: capítulo final, 1980

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Rosa… de lejos

En términos televisivos, 1980 fue el año del color. Después de algunas pruebas experimentadas durante el Mundial de Fútbol de 1978, el 1º de mayo Lidia “Pinky” Satragno inauguró oficialmente la televisión a color mediante la presentación del celeste y blanco de una bandera argentina que flameó por la pantalla de ATC y Canal 13. Así como ocurrió cuando la televisión nació en la Argentina, en 1980 el público también se agolpó en las vidrieras de las tiendas de electrodomésticos para vivenciar la novedad. Esto es porque, según las estadísticas, sólo el seis por ciento de los televisores que había en el país era capaz de captar la señal a color.

“Rosa… de lejos” es considerado el primer teleteatro argentino que se transmitió en colores. Pero su título no hace referencia a la tecnología cromática, sino al nombre de la heroína protagónica interpretada por Leonor Benedetto. Rosa es una de las tantas muchachas del interior del país que llega a Buenos Aires con el objetivo de probar suerte y conseguir un trabajo que le permita mantener económicamente a su familia. Así, Rosa aparece como un ser anónimo cuyo único rasgo reconocible puede ser hallado en la “lejanía” entre su lugar de origen y la gran ciudad. En el primer capítulo, una toma subjetiva -y sugestivamente desprolija para el lenguaje televisivo de aquella época- se emplaza en el andén de una estación terminal de ferrocarril para observar el descenso de una infinidad de pasajeros. En el plano inmediatamente posterior, Rosa aparece sola y extraviada ante aquella multitud. Aunque pareciera que nadie está allí para darle la bienvenida, una voz over la recibe a la vez que da inicio a una “diminuta epopeya” que tiene por objetivo narrar las vicisitudes del éxodo de una muchacha de provincia.

Esta historia, creada por Celia Alcántara y dirigida por María Herminia Avellaneda, ya fue contada porque “Rosa… de lejos” es una remake de “Simplemente María”, otro teleteatro -que a su vez transpone un radioteatro- protagonizado por Irma Roy, Alberto Argibay y Rodolfo Salerno, que fue emitido en 1967 por el Canal 9 Libertad de Alejandro Romay. Y esta historia también seguirá siendo contada porque “Rosa…” tuvo su versión cinematográfica y hasta un disco musical editado por Sol Records.

Mixturando melodrama y cierta cuota de costumbrismo, este teleteatro toma la estructura del bildungsroman -o novela de formación- para mostrar el proceso de transformación de una muchacha del interior desamparada, sin instrucción y sentimentalmente engañada que, gracias a su instinto de auto-superación, se convierte en una mujer autónoma, culta y profesionalmente exitosa. En los 263 capítulos emitidos de lunes a viernes a las 13:30 hs, Rosa llega a Buenos Aires con el objetivo de trabajar y forjarse un nuevo futuro. Mientras estudia por las noches con el maestro Esteban Pasciarotti (Juan Carlos Dual) y se gana la vida como empleada doméstica, es seducida por Roberto Caride (Pablo Alarcón), un joven porteño de clase media acomodada que la abandona tras enterarse de que la dejó embarazada. Así, bajo el cobijo de la familia de Esteban -quién la ama en secreto-, Rosa sale adelante como madre soltera y logra mantener a su hijo con su sueldo de costurera. Después de veintidós años de sufrimiento y lucha, finalmente Rosa se casa con Esteban y se convierte en una reconocida modista con proyección internacional. Entonces, si Rosa supera el anonimato expresado en los puntos suspensivos del título para transformarse en una mujer con nombre y apellido es porque deja de lado sus costumbres de provincia y se adapta al ideal cultural de la ciudad. En este sentido, el teleteatro toma un personaje del extramuros no para contar su historia sino para trasplantarlo en la ciudad y demostrar, bajo una perspectiva porteña, cómo se puede salir de ese lugar de supuesta marginalidad. Esta situación se ve reflejada en un proceso de ascenso social ya que la protagonista pasa de ser campesina a empleada doméstica, a costurera en el barrio de La Boca, a diseñadora capaz de conquistar los mercados europeos. Este ascenso también se expresa en un plano aspiracional de índole cultural ya que el imaginario traza un recorrido que va desde el campo, hasta Buenos Aires para llegar al punto cúlmine de Paris. Pero esta suerte de “progreso” tiene más que ver con la estructura típica de las ficciones de masas que con la coyuntura política. En este sentido, el teleteatro, ubicado en un no-tiempo y no-lugar, invisibiliza todo tipo de contexto social para demostrar que la superación depende de la voluntad de los personajes. En consecuencia, se representa un progreso individual y no colectivo. Por otro lado, un rasgo no menor en la transformación de Rosa tiene que ver con su capacidad de plantarse sola en un mundo de hombres. A lo largo de su trayectoria, la directora María Herminia Avellaneda se caracterizó por poner en primer plano a heroínas femeninas que luchaban por su dignificación como mujer. En este sentido, se invierten determinados relatos populares como el cuento de la Cenicienta, ya que la magia es reemplazada por la voluntad de la protagonista, y el mito de Pigmalión, porque la aprendiza supera a su maestro. De todos modos, la autonomía nunca llega a ser plena porque Rosa le dice a Esteban que, como el amor siempre ocupa el primer puesto en la vida de una mujer, sólo puede sentirse completa con su compañía.

Las crisis sucesivas que vivió nuestro país y que afectaron al canal impidieron preservar la totalidad del archivo de “Rosa… de lejos”. En lo que significa una pérdida sensible para nuestro patrimonio, en la actualidad sólo se conserva el último capítulo contenido en el presente registro. En él, cuando después de veintidós años la historia parece querer cerrar con el final feliz de los cuentos de hadas, Rosa recibe en su casa de París a una muchacha de la campiña francesa que le pide trabajo. Así, desde la otra punta del mundo Rosa invierte su lugar y advierte que la historia siempre vuelve a empezar.

 

Elina Adduci Spina, 2015